Discurso de Mirian Acosta, en la Sexagésima Novena Graduación Ordinaria de la UAPA. 14 de octubre de 2023 | UAPA

Discurso de Mirian Acosta, en la Sexagésima Novena Graduación Ordinaria de la UAPA. 14 de octubre de 2023

Publicado: noviembre 24, 2023

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Buenos días,

Señoras y señores presentes en este acto de graduación de la Universidad Abierta para Adultos, Señores miembros del Consejo Académico de la Universidad, Graduandos y graduandas, Facilitadores, Familiares de los graduandos, Invitados especiales y Miembros de la prensa.

Queridos graduandos:

Hoy ha llegado el momento de la cosecha, de recolectar lo sembrado aquel día en que ingresaron a esta su ‘alma mater’ y de celebrar el éxito. Felicitaciones a cada uno de ustedes y a sus familiares, porque la graduación es el fruto de un esfuerzo en equipo, en el que se conjugan el talento, la dedicación y el trabajo arduo del participante (estudiante), con el apoyo moral, afectivo y, muchas veces, financiero de la familia.

En este día, tengo la profunda satisfacción de compartir con ustedes y sus familiares este gran triunfo, el triunfo de la comunidad y de la sociedad, porque ustedes son parte de la riqueza nacional. De igual manera, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones, a modo de última facilitación o ‘lectio finalis’, que les sirva de motivación en el ejercicio de su vida profesional y social.

Reflexión:

Mi primera reflexión para ustedes la he titulado: «Recuperemos la capacidad de asombro.»

Parece que parte de los dominicanos, sin darnos cuenta, estamos perdiendo la capacidad de asombro y ¡debemos recuperarla! Nos estamos acostumbrando a vivir en medio de la violencia social y familiar, del crimen organizado, el raterismo, el narcotráfico, la pobreza material y moral, los influencer de la indecencia y la vulgaridad, la corrupción, el sicariato y la injusticia, entre otros males. Somos una sociedad indiferente al dolor ajeno, indiferente a los niños y no tan niños que piden limosna o limpian los vidrios de nuestros carros y jeepetas en los semáforos, indiferentes a la ancianita que quiere cruzar la calle. Actuamos como ciegos y sordos ante las conductas indebidas.

Tal parece que a una parte significativa de nosotros se nos ha blindado el alma, el corazón y los sentimientos. Y esto no puede ser, ni debe ser, porque los dominicanos, en su mayoría, somos otra cosa, somos la negación de ese mundo bizarro de villanos y antihéroes.

Tenemos que volver a la esperanza, la solidaridad, la equidad, la justicia social y el respeto a nuestros semejantes. Solo así tendremos una República Dominicana mejor, más próspera, feliz y más humana. Comencemos a desandar el largo trecho recorrido, poniendo un pie delante del otro en el camino correcto. ¡Recobremos, pues, nuestra capacidad de asombro!

Sobre todo, porque el asombro es el primer paso hacia la reflexión y es la fuente del conocimiento, es nuestro medio para aprender, para dejarnos en la incertidumbre, para despejar nuestras dudas, encontrar soluciones a los problemas y crecer como personas.

Mi segunda reflexión es sobre: «El valor de la educación.»

Como ocurre con casi todo en la vida, no hay una única y exclusiva verdad sobre la educación y su valor, pero hay un acuerdo bastante básico entre los especialistas en señalar que la educación significa el desarrollo integral de las personas, más allá de la preparación profesional, y que es uno de los factores que más influye en el avance y progreso de los países.

Tal como se establece en el plan de diez años para desarrollar el Sistema Educativo Nacional de México, publicado por la UNAM, la educación es necesaria en todos los sentidos. Para alcanzar mejores niveles de bienestar social y de crecimiento económico; para nivelar las desigualdades económicas y sociales; para propiciar la movilidad social de las personas; para acceder a mejores niveles de empleo; para elevar las condiciones culturales de la población; para ampliar las oportunidades de los jóvenes; para vigorizar los valores cívicos y laicos que fortalecen las relaciones de las sociedades; para el impulso de la ciencia, la tecnología y la innovación, entre otros aspectos.

Según estudios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un año adicional de escolaridad incrementa el PIB per cápita de un país entre un 4 y un 7%. Así de grande es el valor de la educación.

El país dio un paso positivo al destinar el 4% del PIB a la educación preuniversitaria. Como dominicanos, debemos estar vigilantes del uso eficiente de estos recursos para que real y efectivamente impacten en lo misional del sistema educativo, que es «el aprendizaje de los niños», a cuyo servicio se deben alinear todos los esfuerzos para lograr una educación de calidad. Una educación que nos llene de orgullo y se convierta en una de nuestras glorias nacionales, como el béisbol, el turismo, el merengue y la bachata.

En el país tenemos una gran deuda con la educación. Dejemos atrás los ruidos y comencemos a trillar el camino del diálogo y el debate constructivo y a cumplir con lo acordado en el Pacto Nacional para la Reforma Educativa 2014-2030. ¡La República se lo merece!

Como tercera y última reflexión, les quiero hablar un poco sobre «La vida, el trabajo y el amor.»

Se dice que en cierta ocasión se le preguntó a Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, ¿qué debía ser capaz de hacer un hombre normal para ser feliz? Quién preguntó esperaba seguramente una respuesta complicada, pero esta fue la respuesta: «amar y trabajar.» Vale la pena ponderar esta forma tan simple de ser felices.

Ser capaz de trabajar adecuadamente implica la capacidad de actuar creativamente, con flexibilidad, con eficiencia y con resolución en lo tocante a la vida. Amar implica la capacidad de valorar a la gente por sí misma. Significa desear el bien del prójimo con preferencia al nuestro.

Cuando en nuestras vidas actuamos desde la perspectiva del trabajo y el amor, nos inmunizamos contra dos grandes peligros. El primero de ellos es el orgullo, la terrible presunción de que todo lo sabemos y que podemos alcanzar cierta meta megalomaníaca sin la ayuda de nadie. El segundo es el neutralismo moral que evita cualquier decisión que no sea meramente técnica.

De un hermoso discurso pronunciado por la novelista Anna Quindlen al recibir un doctorado honorario en la Universidad Villanova, extraje dos párrafos que quiero compartir con ustedes:

«La vida y el trabajo jamás deben ser confundidos. El segundo es solamente una parte de la primera. Jamás olvides lo que le escribió un amigo al senador Paul Tsongas cuando éste decidió no presentarse para la reelección, debido a que le habían diagnosticado cáncer: ‘Ningún hombre jamás dijo en su lecho de muerte: Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina’.»

El otro párrafo dice: «De modo que esto es lo que quiero decirte: construye una vida, una vida real, no una búsqueda maníaca de la próxima promoción, de un mejor salario, una casa más grande. ¿Crees que estas cosas te significarán tanto si un día tuvieras un aneurisma o te detectaron un nódulo en el seno?»

Finalmente, y quizás lo más importante, espero, al igual que la Universidad, que cada uno de ustedes ejerza su profesión siempre en el marco de la ética y la integridad personal. ¿Cuántos hospitales, escuelas, carreteras, viviendas, acueductos y otras infraestructuras físicas se han dejado de construir en nuestras comunidades necesitadas porque muchos profesionales y políticos perdieron la brújula moral que les indicara el camino correcto?

Tengo fe en que ustedes, como clase educada y privilegiada, practicarán, en el ejercicio de sus profesiones y en la vida en general, los valores de pluralismo, justicia social, solidaridad, equidad, humanismo, defensa de los derechos humanos, defensa del medio ambiente y defensa de la unidad de todos los pueblos latinoamericanos.

Recuerden que el conocimiento que tienen hoy, mañana será obsoleto. Mantenerse permanentemente actualizado es su gran responsabilidad para alcanzar el éxito laboral en un entorno cada vez más global y competitivo. ¡Sean estudiantes a lo largo de toda la vida!

Pero, sobre todo, los invito a que sean humildes. Tener un título no nos hace mejores personas que los demás. El talento y las competencias lucen mejor en el humilde que en el engreído y prepotente.

También, los exhorto a disfrutar la vida. Es justo, necesario y saludable. Sonrían, compartan con sus amigos, jueguen con sus hijos y nietos, realicen actividades en familia, aunque sea de vez en cuando, viajen, tomen sus vacaciones, disfruten de nuestras playas y paisajes, bailen, hagan ejercicio, en fin, sean felices.

Permítanme terminar felicitándolos nuevamente, junto a sus familias. Disfruten este gran día y a partir de mañana ¡a volar alto! Pero no olviden que la UAPA siempre será su casa.

Enhorabuena, muchas felicidades y muchas gracias por haber compartido este tiempo con nosotros.

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